Con estruendo rompen las olas a ambos lados del paso de peatones, y como un esclavo huyendo de mi propio Egipto recorro cada día el camino del exilio a través de movedizas calles sin oasis ni refugios; camino y la tormenta de rostros me embiste, indiferente a todo, absorta en su propio ruido como si saliéramos de casa vestidos de cristal blindado y atrancado. A veces, alguien abre un postigo para asomarse fuera, tan solo porque lo que sucede fuera es tan grande que empañe sus cristales como el siroco interrumpiendo sus pensamientos, pero rápidamente vuelve a cerrarse y corre el cerrojo para evitar que nada más altere un camino programado y sistematizado.
No hace mucho tropecé con un hombre que caminaba desprotegido, desprovisto de armaduras o atrincheramientos que le protegieran de unos transeúntes preguntando por una dirección, jamás imaginé que al volver a cruzarnos con esta persona arrojaría sobre nosotros un cabo al que aferrarnos voluntariamente, un alto en el camino improvisado y para todos afortunado, pues nos demostró lo sorprendente de nuestra condición humana, que a veces merece la pena bajar la guardia y ofrecer la mano sin miedo a recibir un mordisco.
Caminar por la calle a menudo es como atravesar de frente una nube de langostas que se mueven insaciables, pero a veces hayas una pequeña pero profunda satisfacción cuando cualquier evento es capaz de distorsionar la escena, te deja al descubierto y no puedes sino improvisar con los recursos de los que dispones, arriesgarte a actuar lejos de lo previsto y extraerle algo nuevo a la vida.
Me encanta porque además lo he vivido en primera persona. Qué buena descripción, qué experiencia estética, qué forma de ver la realidad con ojos de poeta. "No es poeta el que escribe poesías, sino el que vive la vida en clave poética"(Antonio Colinas)
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