Había reunido el valor suficiente para hacer aquello para lo que había nacido, hoy sería el día en que a su corta edad Erik alcanzaría el cielo, y lo había dispuesto todo aquella misma mañana de noviembre.
Había escogido que ropa llevaría puesta, un calzado elegante y cómodo, su camisa favorita y unos vaqueros, tomó su cazadora y guardó toda una serie de enseres en sus bolsillos: el siempre había pensado que debía estar siempre preparado para cualquier situación, y esta era una situación muy importante, era el día en que alcanzaría el cielo.
Erik no era piloto de avión, ni siquiera trabajaba limpiando las grandes cristaleras de los rascacielos, era un joven mediocre, sin una vida envidiable pero insistía en pensar que la vida le reservaba algo especial, algo que le haría ser recordado para siempre, ¿Por qué entonces no iba a salir a buscarlo él mismo?.
Llevaba una mochila colgada en la espalda, una nota que recorría sus dedos como naipes en la mano de un tahúr y de camino a la cafetería silbaba una canción antigua que le ausentaba mentalmente de todo lo que sucedía a su alrededor, tal vez simplemente pensaba que el mundo a su alrededor cambiaría por completo de un momento a otro.
Y silbando llegó a la cafetería, sin embargo no se sentó a pedir nada, parecía nervioso y el camarero se percató de ello, por lo que decidió acercarse y preguntar si podía hacer algo por él, si quería tomar algo en la terraza.
-No gracias, estoy seguro de que sirven un café estupendo, pero no es eso lo que quiero de ustedes.
El camarero lo miró preocupado y vaciló en llamar al encargado justo antes de que Erik volviera a hablar...
-Verás, usted tiene la suerte de vivir en este lado del mundo donde la gente puede ser feliz, donde tiene un hogar y un buen trabajo; sin embargo, es aún más afortunado y desconoce el por qué.
-¿A qué se refiere? Si es algún tipo de broma no la comprendo, amigo.
-Me refiero a que dentro de un rato verás entrar a la joven más hermosa que jamás verás, tu no lo sabes pero es increíble, la manera en que se emociona, sus antojos y sus dilemas... es maravillosa y hoy es el día en que vas a conocerla, el mismo día en que voy a pedirle que pase el resto de su vida completado la mía.
-Va a declararse y quiere preparar algo especial, ¿es así?
-Es mucho más, ella ya es alguien especial, desearía organizar algo único, tanto como lo es ella para mí.
Durante diez minutos y un café con leche, Erik le explicó todo lo que quería organizar para aquella joven que llevaba esculpida en su sonrisa la escalera hacia el cielo. Le contó cual era su canción favorita, cuando debía poner aquel disco de Boza, le enseñó aquellas láminas de sus artistas favoritos, y le ayudó a colocar aquellos cuadros de el Greco, Murillo y Maino; el colocó en la carta del menú sus poesías favoritas y una foto de cuando siendo niña bailaba y jugaba a todas horas...
Aquel joven estaba decidido a ser su baúl de los recuerdos felices, el lienzo donde pintar sus sueños y la partitura donde grabar los acordes de la más grata locura. Sabía que la felicidad está en disfrutar de cada instante, de saborear los pequeños detalles y festejar los grandes... y todos llevaban su nombre, coronado como en las nevadas cumbres de las majestuosas montañas.
Cuando ella abrió la puerta y entró en busca de un café que la aferrara unas horas más a la vigilia, aquel atónito empleado comprendió todo lo que minutos antes había escuchado, sin saberlo su mundo había cambiado, aquellos ojos habían invadido el establecimiento, transformando el universo que le rodeaba... Ella sonrió con tanta fuerza, que las formas se desdibujaron, dejando solo colores y una armonía de sonidos imposible de olvidar.