Hay heridas que no duelen, que no curan,
como las delgadas líneas en mis dedos
que no entienden de puntos de sutura,
que supuran tinta y descongestionan el tormento
de un millar de ideas, de pensamientos
sobrevolando este laberinto de neuronas.
Hay heridas que nos hacen libres
e individuos maravillosamente imperfectos
que recorren los pasillos de este asilo mental
al que insistimos en bautizar como sociedad.
Siendo así, que la punta del bolígrafo me desgarre,
que haga jirones en mi piel alzándose en el viento,
cada vez más cerca de la tormenta
cada vez más lejos del peligro
de caer enredado en la vulgaridad.
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