Permanezco sentado en este
salón olor a vela,
inmóvil, como el pequeño
candelabro de plata,
que se fue tiñendo de
rojo mientras se consumía
el último cirio que
alumbraba nuestra estela.
Fuimos gastando cada
cartucho y cada bala,
lanzamos tiros de sal que
no mataba pero dolía
y como un fantasma que en
silencio se cuela
no dejamos más que un
escalofrío incómodo.
Permanezco sentado
esperando la luz del día,
y tu al otro lado del sofá
garabateas mi esquela
en un papel que casi arde
con tu mirar de fósforo.
Fuimos haciendo jirones
mas ajados todavía,
avivando las ascuas
vencidas de nuestra hoguera,
tus brasas y las mías
separadas por un Bósforo
y ambos esperando a ver
quien es el que nada.
Pero ninguno cruzó ya el
charco amor, ninguno,
ni siquiera nos mojamos
los pies en un último intento
porque estábamos ocupados
levantando un muro
para no ver lo inevitable,
para no ver el sufrimiento.
Permanezco sentado, tu aún
no te has dado cuenta
pero se ha acabado, mi
reloj ya se quedó sin cuerda,
el tic tac se ha detenido,
había óxido en las tuercas,
quizás se coló la sal de
mis lágrimas por alguna puerta.
Fuimos bajando la voz, nos
perdimos entre susurros
y al final solo éramos dos
muñecos de trapo oscuros,
con el corazón desgastado
y los cráneos bien duros
y a pesar de todo el
llanto nos fue abriendo surcos.

Que fuerza. Que futuro tienes como escritor.
ResponderEliminarGracias Antonio, ojalá sea cierto.
EliminarQue fuerza. Que futuro tienes como escritor.
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