Ella estaba tumbada en la hierba y hasta los jaramagos destilaban perfume cuando el calor de su cuerpo envolvía el manto vegetal de nuestro rinconcito de parque, ella estaba tumbada en la hierba y hasta los grillos afinaban sus cuerdas para ser la nana que durmiera aquella hada que encontraba un lecho en aquel, nuestro rinconcito de parque. Tumbada, como si fuera sencillo, como si del río dijeran que está postrado en la catarata que rezuma espuma y arcoíris, y sin embarga ella hacía que todo pareciera más simple, todo se tornaba de una gracia natural al amparo de su sonrisa... Cómo no, cómo podría haber algo que no pareciese sencillo al lado de aquella sonrisa, que no era obra de arquitectos, ni de pintores o escultores, al menos no de cada uno de ellos aislado.
Ella estaba tumbada en la hierba y hasta los rayos de sol parecían arrejuntarse en torno a ella, como un halo de luz dejándose eclipsar por su mirada tranquila, ella estaba tumbada en la hierba y hasta las briznas de hierba se escalaban entre ellas para dejarse eclipsar por su mirada tranquila. Tumbada, pero no dormida, y casi en un susurro me dijo -¿Por qué no me recitas algo?.
-¿Que te recite yo? como si fuera un ingenioso poeta,
como si pudiera quizás escaparse de mi puño y letra
algo que fuera digno para describir lo que en mí provocas
como si de todas las palabras pudiera escoger sólo unas pocas
para esbozar lo que mi corazón insiste en gritarte desde dentro
pero que al mirarte al ojos, lo siento amor, me falta el aliento.
Ella estaba tumbada y no había más poesía que la rima de sus lunares con mis dedos, no había más versos que un sin fin de pareados silencios que lo decían todo sin necesidad de pronunciar nada...
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