Éramos dos en aquella habitación, pero sentía como si hubiéramos abarcado todo el espacio, los muebles crujían con nuestra sola respiración y el aire... el aire era tan denso y cálido que yo mismo habría jurado que todo el amazonas se había colado por la ventana empujando violentamente su cuerpo contra el mío. El somier sonaba a jungla y la ropa, que nos mordía y nos quemaba como una marabunta, terminaba por volar lejos de las fieras, una bandada de pájaros de algodón y lino que huían en silencio. Podía sentir como su mirada arañaba mi piel y, al mismo tiempo, lamía mis heridas para que el dolor no nos hiciera parar, ¿Parar? Los tambores más tribales y primitivos retumbaban entre aquellas cuatro paredes sin que nada pudiera acallarlos.
La noche estaba despejada pero ellos la habían cerrado entre sus cuerpos, las estrellas se mezclaban con sus lunares y la luna, la argéntea luna fue a recostarse entre dos ceros claros tan majestuosos y místicos como las siete colinas de Roma. La noche yacía confusa, a veces río y a veces fuego que cauterizaba unos labios heridos por la continua embestida de torrentes y de olas furiosas.
Éramos dos pero la habitación se nos quedó pequeña y el balcón se hizo sumidero de palabras y delirios, fuga entre macetas de un amor incapaz de contenerse entre los tiestos y jarrones. Y una flor, testigo de tempestades, nutría sus raíces con el halo cálido que brotaba de cada suspiro. Las luces curiosas y el parpadeo de los ojos descarados vestían la ventana como manto de luciérnagas entrometidas que acudían a las llamas de nuestro escorzos de yesca y rastrojo.
El ir y venir de las miradas dio paso a una persecución atropellada por todos los rincones de la casa, jugábamos al ratón y al gato sin tener muy claro quien acechaba a quien, tan solo la intuición de que en aquella frenética cacería todos saldríamos ganando.
Abrimos la veda a nuestra piel y como un safari explícito y atrevido la lluvia de destellos y flashes se apresuraban a querer robar una esencia que nadie fuera de esta despeinada jauría podría sino anhelar en la distancia. Luego todo se hizo brusco silencio, la quietud que precede a la tormenta y así es que la tempestad irrumpió abrupta y súbitamente, las fieras rugieron y el colchón calló para dar paso a una plácida tregua de voces exhaustas y olor a tierra mojada.
q manera de escribir, me encanta como escribes este tipo de cosas se visualiza muy bien y casi se siente y se ve el hombre tan valioso q eres
ResponderEliminarno dejes de escribir!!!!!!
Muchas Gracias, me alegra saber que se transmite así lo que escribo, es lo hermoso de escribir y del arte en general.
ResponderEliminarwoow! BRUTAL
ResponderEliminar