Llevaba un par de horas caminando,
recorría las callejas de la judería intentando que mi corta edad se
desvaneciera entre los siglos que habían desgastado aquellas calles,
y entonces encontré un pequeño recodo desde el que podía escuchar
un diminuto caño de agua abasteciendo uno de aquellos pozos que
antaño habrían poblado de vida y risas aquellos rincones de aroma
andalusí.
Aproveché el sardinél de una casa
vecinal frente a la fuente para sentarme y soltar mi mochila a un
lado... Mi mochila, mi fiel compañera de aventuras, siempre llevaba
mis enseres personales en ella, cosas como una pequeña navaja, un
trozo de cuerda, pañuelos y una libreta que siempre llevaba conmigo
pues nunca sabía donde me llevarían mis pies. Saqué de entre
aquellos bártulos mi pequeña libreta y un bolígrafo dispuesto a
escribir la más triste despedida.
“a quien le pueda interesar...”
comencé, no podía ser de otra manera, ¿a quien le podría importar
mi vida? ¿quien podría lamentar mi pérdida? Aquél testamento
informal brotaba de un instinto autodestructivo y siniestro que
llevaba tiempo acampado entre mis pensamientos. ¿Qué podía aportar
al mundo? O lo que me parecía más crucial, ¿Acaso se perdería
algo importante el día que yo dijera adios?. Un abnegado sentimiento
de soledad en medio de tantas caras aceleraba aquella fatídica
decisión, como si mi alma exigiera una respuesta allí y en aquél
preciso momento, adornada por el canto del agua en la misma ciudad
que me había visto nacer... Ahh.. Paredes encaladas y rejas floridas
me contemplaban como otra mota de polvo a punto de desvanecerse
mientras ellas seguían inmutables. ¿Es que ni los ecos del tiempo
temblarán cuando me desvanezca?. Pensamientos malditos inundaban mi
cabeza y aceleradamente caían en forma de versos sobre aquella
libreta, pensamientos malditos que no me habían permitido reparar en
aquel joven matrimonio que me contemplaban con una sonrisa desde la
esquina de la calle,; con un castellano bastante dudoso se atrevieron
a preguntar. -¿Podemos leerlo?
Juro que nunca me había sentido tan vulnerable, ellos, dos desconocidos venidos de algun lejano rincón, querían perder su tiempo leyendo aquella siniestra poesía, -Me gustaría, pero es demasiado triste- y como si hubieran leído aún más en mi mirada me sonrieron con compasión y siguieron su camino, sus dulces y bellos rostros desaparecieron pero algo de ellos se quedó conmigo.
Pensé que era un disparate, ¿compartir
mis pensamientos, mis propios sentimientos? ¿quién querría
aventurarse tan adentro? Pero tal vez si, tal vez para eso estaba
aquí, para sentir, para vivir, para gritarle al mundo sin hacer
ruido.
Desconozco si algo de lo que escape de
entre mis dedos quedará en pie como aquellos rincones de mi hermosa
judería, desconozco si despertarán mis versos y mis prosa algúna
mente enturbiada como aquel caño de agua clara, pero gritaré,
gritaré en silencio hasta quedar sin aliento, pues he descubierto
que cuanto más deposito más lleno me siento, y cuanta más vida
gasto escribiendo, más deseo seguir siendo....
Pablo León Alcaide
Qué bella anécdota. Me gustan los relatos en los que se habla de lo que se siente no sólo de lo que sucede. El poeta es el que guarda un recuerdo vívido de lo que ha sentido en un momento xe su vida.
ResponderEliminarGracias Antonio, me siento afortunado de poder compartir mis sentimientos...
EliminarQué bella anécdota. Me gustan los relatos en los que se habla de lo que se siente no sólo de lo que sucede. El poeta es el que guarda un recuerdo vívido de lo que ha sentido en un momento xe su vida.
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