
-El último cigarrillo, lo prometo -Pensó- Solo un puñado de caladas y toda este vicio habrá acabado.
Pero en el fondo sabía que no era cierto, aquel veneno era su adicción, sabía que le estaba matando por dentro y aún así se sorprendía continuamente buscando en su bolso una cajetilla de Chesterfield que la sumiera de nuevo en su nube gris. Le gustaba pegar algún "post it" en los paquetes para ocultar aquellas macabras escenas de tumores y miembros amputados que el Ministerio de Salud se empeñaba en colocar... ¿No sería más sencillo ilegalizar el tabaco? ¿Qué comisión se llevaría el gobierno para mantener en el comercio algo tan dañino?. Fuera como fuese, aquello escapaba a sus problemas tangibles, una tos ronca quebraba sus pensamientos y la traía de nuevo a su realidad: Era una mujer adicta; universitaria, sensible, ecologista, y adicta...
Era como si todo lo que cayera en sus manos corriese el peligro de convertirse en otro preso más de su adicción: El chocolate con almendras, el café con poca azúcar, el hombre que conoció en aquella cafetería, mirar de reojo por la ventana cuando se cambiaba de ropa, robar un par de sobres de azúcar en el bar de vez en cuando... Y aquellos malditos bastoncillos de nicotina. No podía evitarlo, no podía controlarlo, ¿Saben de ese tic en el párpado que una vez que aparece no puedes frenar? Pues ella escondía tantos que a menudo no podía evitar que se solaparan, la anulaban como persona, la dirigían como una pequeña muñeca de trapo mecida por unas manos traviesas y desvergonzadas. La vida comenzaba a parecer una extensa pesadilla, se sentía perversa, sucia, enferma por algún mal que no podía explicar a su médico de cabecera, había logrado estar un mes sin fumar, pero al final había recaído inexorablemente. Con una taza de café en la mano y mordiendo la cajetilla de tabaco con sus dientes se acercó al borde del balcón y se sentó en las aún templadas baldosas, sacó un cigarrillo y, antes de manchar la boquilla con pintalabios burdeos pensó... -El último cigarrillo, lo prometo....
Resbaló su pulgar sobre la rueda del mechero y al apartar su rostro de la trayectoria del humo sus ojos repararon en una de las ventanas del bloque de en frente, allí estaba él, el vecino que asomaba de vez en cuando para tender sus camisas al sol, pero ahora no llevaba camisa, nada excepto unos vaqueros desgastados y una botella de cerveza entre sus dedos.
-Siempre hay un roto para un descosido -Murmuró
Él no había reparado aún en su presencia, parecía musitar y a ratos tomaba un puñado de hojas y apuntaba algo, ¿Qué estaría apuntando? El cigarro se fue consumiendo sin que ella volviera a atenderlo, parecía más interesada en lo que ocurría al otro lado del abismo, ¿Qué hacía? ¿A qué se dedicaba?
-¡Maldición!, ya me está atrapando y ni siquiera se quien es...
El grito que se escapó de sus labios burdeos logró atravesar aquella distancia y llamar la atención del muchacho, quien se limitó a sonreír y a saludar con la mano.
-Vaya, todo un caballero -Pensaba mientras se recogía el flequillo por detrás de la oreja- ¿Debería responderle?.
La conversación gesticulada se extendió entre varios saludos amables, algunos intentos por averiguar sus nombres y risas ensordecidas por el ruido de los coches. Entonces ella trató de preguntar por lo que escribía en aquellas hojas de papel, pero no habría forma de explicárselo desde tan lejos, así que el muchacho le indicó que podría verlo abajo, en la acera. Ella no dudó en saltar de un salto hacia el salón, tomó los zapatos y el sujetador a toda prisa, tomó las llaves y salió de casa dando un portazo, terminó de vestirse mientras bajaba por el ascensor. -Suerte que no haya coincidido con los vecinos- y justo antes de atravesar el umbral del portal frenó en seco, se colocó el pelo y salió aparentemente tranquila hacia la acera.
Al llegar al espacio entre los dos edificios se descubrió en soledad, no había nadie y, entonces, un silbido le hizo alzar la vista: ni rastro del muchacho, pero un puñado de hojas mal arrancadas cayeron recogidas por un puñado de clips.
-¡Imposible! ¿Cómo demonios..?
Ella.. ella en cada una de aquellas hojas, había retratos de su rostro, su silueta mientras fumaba un cigarro en el balcón, de nuevo ella en la parada del autobús de al lado mientras buscaba su cajetilla de tabaco en el bolso.. algunos versos adornaban aquellos bocetos y al final, una nota apresurada en la última hoja:
"Debe parecerte extraño, pero hace mucho tiempo que vivía sumido en una profunda depresión, incluso en una ocasión traté de saltar por la misma ventana en la que me has encontrado hoy, pero estabas allí en frente, mordisqueando una tableta de chocolate mientras trasteabas tu teléfono móvil y algo me frenó, desde entonces te convertiste en mi razón para levantarme cada día, salía a comprar el periódico por si te veía salir del portal, corría por las noches por si te encontraba saliendo de fiesta, y de repente un día dejé de verte en tu balcón, pensé que no volvería a encontrarte allí y toda mi vida se vino abajo... Y hoy estás aquí, sabes que existo, sabes donde vivo, tal vez sea una locura, pero si deseas mezclar tu vida con un loco como yo, me encontrarás en el 4º-C. Roberto".
Todo su cuerpo temblaba, sentía como las piernas se le aflojaban, descargas de Adrenalina hacían que su corazón golpeara su pecho con violencia, y la Serotonina.. ahhh.. sabía que era ella la culpable de los escalofríos que recorrían su espalda como si fuera un cachorro atrapado en una carnicería. Ahora estaba allí, de pie en aquella bifurcación, ¿Subiría a la casa de aquel hombre que no dejaba de acecharla? ¿Volvería a su casa? Contemplaba los bocetos como si esperase que alguno de ellos le susurrara qué debía hacer..