Hay una plaza en la oscuridad y dicen que lleva mi nombre, un asiento pintado en negro que me reclama mientras una luz blanca tras de mí observa mis movimientos. Siempre oí que la oscuridad es mala y, sin embargo, todo lo bueno me sucedió a oscuras. A oscuras llegué al mundo, a oscuras le robé el primer beso a la mujer mas hermosa y de mas profunda mirada, a oscuras me brotan los versos mas sinceros, los que emergen y echan raíces antes de que ningún faro de juicios queme los tallos inervados desde mi alma.
Pero ni en luz ni en sombras tiene mi espíritu su cobijo, ni blanco ni negro sino un azul casi eléctrico, como el cielo en el instante de ser rasgado por una lluvia de estrellas fugaces. Azules son las paredes de mi pequeño reino, azules las cortinas desde las que me asomo y miro el mundo dicromático que quiere engullirle. Escucho las voces que se pasean por el tablero de ajedrez y me tachan de loco, me visten de rareza, de una demencia desacorde e inapropiada.
No es apropiado vestir de azul, no es apropiado sonreír sin compromiso, sentado en el suelo y no en un trono, inapropiado es tener sueños magenta y escribir pareados de verde y cían. Inoportuno es creer que unos tienen la fama mientras otros tejen la lana.
Bailo, tropiezo y vuelvo a bailar sobre un arcoiris que no entiende de negros y blancos, que se ríe y confiesa que no hay mayor locura que ignorar el abanico que se despliega entre ellos.
Genial, te superas.
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