-Os invito a salir. Les dije amablemente.
-Podéis marcharos, atravesar este umbral
y enfilaros en este lienzo ordenadamente.
Pero ellas optaron por permanecer igual,
dispersas, atascando mis pensamientos
como las diminutas cuentas de un collar
que al caer terminan en el sumidero atrapadas
impidiendo que el flujo de agua pueda pasar,
y mis palabras aquí aún siguen atoradas...
-Corred!. Les suplico en voz baja,
-dejad que las musas abran la puerta,
volad como niños con polvo de hada.
Pero se quedan inmóviles, casi muertas,
en un letargo nacido de los fríos inviernos
como gorriones que en el alfeizar se arrejuntan
con miedo a enfrentarse al viento helado,
miedo a las heladas corrientes que empujan
sus alas y les arrojan contra el tejado.
Tenía los dedos enturbiados, con jirones de tinta deseando brotar a borbotones, y sin saber de donde había salido, las palabras de Ovidio se colaron entre mis neuronas... «y era verso al final cuanto intentaba escribir».

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