Una mañana el diablo decidió subir al mundo y pasear entre las personas, disfrazado de anciano caminó entre los importantes ejecutivos que corrían a sus oficinas y los fatigados obreros que maldecían a su padre. Pero entonces se detuvo a las puertas de una iglesia, parecía maravillado con los relieves y aquella venera que protegía el diminuto cuerpo de un santo, entre dientes se preguntaba si cualquiera de sus arcontes se habría sentido complacido de encontrar su imagen colgada en una fachada.
Al tiempo que dejaba escapar una sonrisa, el padre Damian salió al pórtico dejando atrás a una pareja de despistados monaguillos que parecían más interesados en hacer recuento de la colecta de aquél domingo.
-Esta es la casa de tu padre, maldito, ¿a qué has venido aquí? ¿acaso buscas redención?
-Redención..-Dijo el diablo casi entre carcajadas-No amigo, no soy yo quien debe pedir perdón, sólo paseaba y me detuve a ver su hostal de almas.
-Jamás edificarán un templo en tu nombre, pues esta tierra está bañada por la luz y no permitiremos que crezcan las malas hierbas.
-Me temo que te equivocas, mi templo está aquí, en cada uno de vosotros, habitáis un valle de luz pero sois semillas de oscuridad, cada deseo inconfeso, cada pecado tolerado, son las piedras que construyen mi templo, un templo que no saquearán los vándalos ni desamortiguarán los revolucionarios. Padre los hizo libres y ellos, en libertad, han elegido destruirse los unos a los otros, han escogido las sombras y sólo cuando sienten miedo acuden al amparo del sol.
-Tu trajiste el pecado a este valle, impío, tu has tentado a cada una de las almas.
-¿Tentar? ¿Para qué? Vosotros mismos escogéis que actos realizar, vosotros empuñáis el cuchillo y os tapáis los oídos ante la injusticia, yo estuve allí cuando el primero de vosotros pecó, ¿y acaso crees que está sentado en mi mesa?. Algún día tu rebaño descubrirá que no importa si se refugia en vuestro bunker sagrado o si me llama a mí pidiendo ayuda, que no encontrarán un final mejor en tu casa o en la mía...
El párroco se giró un instante, preocupado porque aquella conversación llegara oídos de sus monaguillos, y al volver su atención de nuevo al caído descubrió que ya no estaba allí, había desaparecido, dejando tras de sí un germen de dudas que sus sagradas escrituras no podrían resolver.
¿Sería verdad? ¿Por qué debía creer al príncipe de las mentiras? pero por otro lado... ¿no era su propia iglesia la primera que había ocultado grandes verdades al mundo durante siglos?
Por primera vez en muchos años sintió miedo, se sintió tentado a dudar, pero aunque tuviera razón, ¿qué podía hacer?.
Papá siempre me decía... "La historia la escriben los vencedores"
Pablo León Alcaide

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