Anoche el cielo brillaba con gran intensidad,
en las calles todos corrían como emocionados,
jamás había visto luces tan intensas en mi ciudad,
yo creí que Dios nos estaba haciendo un regalo...
Pero me equivoqué, anoche Dios no vino a vernos,
no vino a ayudarnos, no nos dijo donde escondernos,
guardó silencio mientras aquellas estrellas fugaces
caían sobre las casas del barrio donde yo vivo,
tan sólo escuchaba la angustiada voz de mis padres
rezando porque alguien nos evitara aquel destino.
Pero nada cambió, otra estrella fugaz se llevó el salón,
no vino a darnos calor y sin embargo todo ardía,
llenó de escombros la calle y nos vistió de desolación,
yo iba vestida de azul, como el mar durante el día.
Descubrí un sendero entre los cascotes y los escombros,
oigo una voz cercana y rezo esperando que sea mi padre,
el siempre nos levantaba del suelo y nos cogía a hombros,
me limpiaba el vestido y decía -No hay por qué preocuparse-.
Pero estoy preocupada, no es mi padre a quien encuentro
sino a un par de bomberos que me encuentran a tiempo,
a tiempo de preguntar ¿por qué? antes de caer al suelo.
Puedo sentir sus brazos, me están llevando en volandas,
quizás sea un ángel que ha bajado desde las nubes
para llevarme con el, pero es un ángel que no lleva alas,
va vestido de blanco y en sus manos unos guantes azules
No hay rastro de papá, mamá tampoco está aquí fuera
escucho a mi amiga Fátima llorando junto a su abuela,
¿Qué hemos hecho para que se cuele en casa la guerra?
Huele a hierro y a polvo, aunque la gente dice que huele a miedo,
y aunque ha amanecido todo parece más oscuro, más siniestro,
somos víctimas de una guerra, peones en un juego que no entiendo.
qué gran alegato contra la guerra desde el punto de vista de los más débiles y metiéndonos en sus vulnerables pieles.
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