Hay besos que me duelen, y son aquellos que no puedo darte,
hay caricias que arañan mis dedos, las que no llegan a tu cuerpo,
se me traban las manos entre los alfileres que trajo el aire,
ese aire que me separa de ti aunque solo sea por un centímetro.
El viento, que me abrasa cuando no conoce de tu carne,
golpea como el hombre que jamás sintió amor en sus adentros,
como la mujer que aún no ha encontrado a quien la ame
y cuando sabe de ti me trae aromas de café y libros nuevos.
Existen noches que parecen una eterna caída por un pozo,
son aquellas en que tu cuerpo no descansa en la misma cama,
como Alicia cayendo por la madriguera de conejo, me encojo,
me hago diminuto cuando al otro lado no encuentro tu cara.
El vértigo, inundando mi cuerpo cuando no te tengo cerca,
me tambalea y me hace zozobrar como una tacita de té
que surca un mar de lágrimas sin timón, mástil ni vela,
tan solo una bandera donde voy escribiendo todo lo que sé.
Te escribo para tenerte más cerca, aún cuando ya te tengo al lado,
te escribo para coser tu alma y la mía con los ojales de cada verso,
amarro mis deseos a los tuyos, un nudo de alondra y después un lazo,
suelto el lápiz, lanzo un par de cabos más y te agarro con un beso.

